No tengo dudas que la palabra “Miserables” es la que mejor describe
hoy a la dirigencia de los dos clubes más populares de la Argentina: Boca y
River.
En ambos casos, la dirigencia mostró en la última semana el
desprecio profesional, pero principalmente personal, por los ídolos de los
socios e hinchas que hacen grandes a esas instituciones.
En Boca, el presidente Angelici no se banca a Riquelme. Su
jefe político, Maurici Macri, tampoco lo banca ni lo bancó. No importa en
cuanto haya influido Román para que Boca haya vivido desde 1998 a 2007 su etapa
deportiva más gloriosa. Los poderosos del club xeneixe no se bancan que un tipo
se les plante y quiera poner sus condiciones. Para ellos, Riquelme es un
empleado, y como tal, debe obedecer.
Pero, Juan Román Riquelme no es uno más. Inclusive hoy,
cuando su físico casi no da más, sigue marcando diferencia. Pero “el 10” exige,
pide tratos preferenciales para él y sus amigos. A cambio, ofrece talento,
potenciar a todo el equipo y, como consecuencia, llevar a Boca a lo más alto.
Para los Angelici, para los Macri, eso es inadmisible.
En River, luego de la temporada más traumática de su
historia, los hinchas de la banda se desayunaron que Cavenaghi y el “chori”
Dominguez no iban a ser tenidos en cuenta. Passarella no los quiso y no los
quiere.
Hace un año, después del descenso, los dos jugadores, hoy
ídolos del club, decidieron dar la cara y volver para devolver a River a
primera. Dejaron plata y los exquisitos campos de juego de la liga española de
lado para venir a embarrarse hasta la cabeza en las canchas del ascenso.
El presidente millonario no tenía margen para nada tras el
descenso y aceptó la vuelta, por más que no los quería. Pero ahora, con River
de nuevo en Primera, ni Cavenaghi ni Dominguez continuarán en el plantel.
Para Passarella los patitos tienen que estar en fila y los
dos ídolos que se cargaron la mochila para lograr el ascenso son una amenaza, sobretodo
para un presidente que no quiere que nadie le cuestione nada.
Tanto en Boca como en River, los técnicos tuvieron que ver
con las salidas de los ídolos. Falcioni nunca quiso a Riquelme y lo que hizo
fue agotarlo por goteo, hasta que “el 10” dijo “me voy”. Almeyda fue más obsecuente
y se cargó la decisión de Passarella: “Les agradezco pero ya no los necesito”,
anunció el técnico sacándole el peso al presidente.
Boca y River están conducidos por dirigentes que sólo
cuentan con poder económico, pero no tienen autoridad para ejercer el cargo que
ocupan y mucho menos legitimidad. Sin embargo, desde la soberbia económica,
donde el que tiene más cree que puede comprar voluntades y opiniones, optan por
sacarse de encima a los ídolos de sus equipos, simplemente porque les hacen
sombra, simplemente porque no se bancan la irreverencia de los líderes que sí cuentan
con autoridad y legitimidad.
Los hinchas se movilizan y piden por los ídolos. Desde sus
despachos, los miserables callan y cruzan los dedos para que dos triunfos en el
próximo torneo hagan olvidar todo.